lunes, 1 de octubre de 2012

MARIA VICTORIA ATENCIA TOCA EL CLAVICORDIO FRENTE AL MAR DE MÁLAGA


       Quien haya oído alguna vez un clavicordio, pero no haya leído a Maria Victoria Atencia, puede hacerse una idea precisa de cómo suenan sus versos. Hay pocas partituras de clavicordio y hay pocos poetas como María Victoria Atencia. La razón es la misma. Se prefiere, frente a la levedad, la contundencia. Las notas del clavicordio y los versos de María Victoria Atencia son un murmullo. Hay que estar muy atento para oírlos. Insinúan, no dicen. Aluden, no proclaman. Sugieren, no afirman.

       Desde las ventanas de María Victoria Atencia se ve el mar. Escribe siempre de madrugada. Pero no me la imagino –a esa hora de entreluces− frente a una cuartilla en blanco, sino frente a un teclado de marfil. Extiende sus manos sobre las teclas, y salen unos versos. Versos con trinos, con mordentes, con arpegios, con acordes levísimos. El sonido se apaga nada más pulsadas las teclas. No queda, en el aire, un eco: sólo un aroma.

       Desde las ventanas de María Victoria Atencia no se oye el mar. Se ven las olas mudas alzándose, cayendo, rompiéndose en borbotones de espuma. Creemos oírlas, pero no, sólo lo imaginamos. Las olas y los versos se enlazan en una misma melodía, aunque no la percibimos: la soñamos. María Victoria Atencia dedica las madrugadas a trenzar el silencio de las olas con el de sus versos, y luego imprime las huellas de esa música callada en pequeñas ediciones no venales. En eso ha consistido, durante mucho tiempo, la obra de María Victoria Atencia. Es un milagro que la conozcamos, porque ella no lo ha buscado. Ha escrito sólo hacia dentro, hacia sí misma. Quizá consista en eso la verdadera poesía.

       María Victoria Atencia tiene esa dulzura tropical de los andaluces mediterráneos, y a la vez la sobriedad de quien escribe con versos medidos y con palabras pensadas. Cuando habla, su rostro y su voz sonríen a la vez,  pero es una sonrisa que viene de un fondo de nostalgia. Porque María Victoria Atencia habla casi siempre en plural y en pasado: porque cuando nosotros… Y al decir cuando nosotros aparecen a un tiempo, reunidos hace más medio siglo, un grupo de poetas jóvenes que discuten con entusiasmo si publicar o no un determinado poema en Caracola, mientras espera al lado el papel blanquísimo y la minerva en silencio.

       Ayer nos fue señalando desde lo alto su personal geografía malagueña: allí vivió Bernabé, aquí se vino a vivir don Jorge y un poco más allá está su glorieta y su busto, aquí abajo vivió Vicente, allá al fondo se compró un piso Dámaso… Y lo decía como si todos acabaran de llegar, como si luego, al bajar de la altura, fuéramos a encontrarlos a todos paseando por la plaza de la Catedral y por la calle Larios, entre la multitud bulliciosa que apuraba la soleada tarde del domingo.

       Que María Victoria Atencia viva junto al faro –junto a la farola, como la llaman los malagueños− parece como si no fuera azar: porque allí está también ella, sola, erguida, irradiando luz con su sonrisa, iluminando con su recuerdo a aquel grupo de jóvenes poetas que ya sólo habitan en su memoria. 

María Victoria Atencia, el 30 de septiembre de 2012, con el fondo de la catedral y el monte de Gibralfaro.

1 comentario:

  1. Leer su blog hoy es contagiarme el deseo de leer a la poeta

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