sábado, 22 de septiembre de 2012

DURA IGUAL ESE SUEÑO QUE LA VIDA


        Doscientas treinta y ocho páginas en que el autor desgrana −en sentido literal, porque la deshace grano a grano− una pasión amorosa. Tiene esta obra algo de alquimia culinaria, o de escrutinio científico −con la mirada en el ocular de un microscopio− de los ingredientes de una pasión que aparece en la primera página y se mantiene en alto, sin desfallecimiento, hasta la última. Es una pasión madura, pero no otoñal. Luminosa, pero no cegadora. Consciente, pero no cerebral.

           No sabemos la edad de Laura y Mateo, porque no se dice en ningún momento. Pero es una felicidad tan serena la que viven, que tiene tres dimensiones, y la tercera dimensión es el tiempo. El tiempo que han vivido: la madurez. No es un trampantojo, como la pasión juvenil, que parece tener una profundidad que no tiene. Por más que los jóvenes crean lo contrario, su amor es plano. Un espejismo les hace creer que tiene una hondura abismal, pero es un error. Y un peligro. Es plano.

          Cuando en el título se habla de sueño, no se hace en el sentido de ilusión que tiene la palabra (cosa que carece de realidad o fundamento, y, en especial, proyecto, deseo, esperanza sin probabilidad de realizarse, como dice el diccionario en una de las acepciones de la palabra sueño), sino en otro sentido, que es precisamente el contrario: el de una realidad tan insospechada, tan poco frecuente, que no parece real. Como cuando se dice estoy viviendo un sueño. Es llamativo que esta acepción se les haya pasado por alto a los filólogos que hacen el diccionario.

          Mojado por tus labios: es el ingrediente corporal de la pasión. Cuerpo, todo cuerpo es poco. Porque el espíritu se expresa con el cuerpo, el cuerpo es el lenguaje del espíritu, el cuerpo es el único modo que tiene el espíritu de decir lo inefable, de contar lo indecible.  Una caricia será siempre más expresiva que una palabra. No hay nada –nada− que diga más que una caricia, porque no hay nada –ningún idioma tan elocuente e inspirado− que diga tantas cosas, y tan bien dichas.

       ¿Se puede llamar argumento al viaje que hacen los protagonistas, Laura y Mateo? Probablemente no. Su viaje es, simplemente, la realidad de su vida. Somos viajeros. Es nuestro estado: status viatoris, decían los antiguos. No sabemos, además, a dónde viajan Laura y Mateo. No sabemos si van por países lejanos, si están recorriendo los pasillos de su casa, o si están andando, simplemente, por un camino al atardecer. Van juntos y solos. Ese es su paseo. Su vida. El argumento de su pasión. Con eso les basta.

          No sé si esto es una novela. De serlo, estaría próxima a los Bildungsromane o los Entwicklungsromane, aunque en este caso narraría un viaje estático. Porque donde hay amor no hay tiempo. Y donde no hay tiempo no hay viaje. No, no hay viaje sin calendario, sin etapas, sin ciudades de llegada y ciudades de destino, sin paisajes que quedan atrás y paisajes que esperan delante. La pasión, sin embargo, aunque dure toda una vida, sólo tiene un paisaje. De infinita riqueza, pero uno solo. Como la eternidad, probablemente.

          [Reseña de J.V.] Revista literaria IN FIERI. Fieras que aún no rugen. Libros por escribir. Número de verano de 2012.


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