martes, 7 de agosto de 2012

GUARDAD EL SECRETO


       No sé por qué razón, cuando Amiel escribía, en francés, su diario, para expresar su idea de que el paisaje es un estado de ánimo, recurrió al alemán: jedes Landschaftsbild ist ein Seelenzustand. El poeta Georges Rodenbach, que probablemente no leyó a Amiel, y si lo leyó, no leyó esa frase, porque apareció más tarde, cuando se editó íntegramente el diario –y entonces Rodenbach ya había desaparecido−, escribió en su novela Brujas la muerta, que toda ciudad es un estado de ánimo, toute cité est un état d'âme. Aunque la idea parece ser la misma, en el fondo estaban pensando todo lo contrario: lo que quería decir Amiel es que nuestra percepción del paisaje depende del estado de ánimo con que lo contemplemos. Y Rodenbach consideraba que las ciudades tienen un tono, un ambiente, que se nos impone, y que domina nuestro estado de ánimo. Por eso la frase de Rodenbach sigue así: Toute cité est un état d'âme, et d'y séjourner à peine, cet état d'âme se communique, se propage à nous en un fluide qui s'inocule et qu'on incorpore avec la nuance de l'air. Esa es la razón por la que el protagonista de la novela, Hugo Viane, que acaba de enviudar, se vaya a Brujas, ciudad silenciosa y melancólica, y allí encuentre el entorno que necesitaba. “Esa doliente Brujas fue su hermana”, escribe el narrador. “¡Cómo se atraviesan recíprocamente el alma y las cosas! –añade−. Nosotros penetramos en ellas y ellas en nosotros”.

       Me he propuesto ensayar una tercera vía: no ver el paisaje madrileño desde mi estado de ánimo –porque sería una catástrofe−, ni dejar que sea la ciudad quien me transmita su ambiente –cosa por lo demás imposible, porque Madrid es, en el mejor sentido, una ciudad sin cualidades, como el personaje de Böll, una ciudad inodora, incolora e insípida, como el agua, y esa es la mayor virtud de una y de otra−, sino convencerme de que Madrid es el mejor lugar de veraneo. Imaginar que he descubierto esa dimensión oculta de la ciudad que todo el mundo ignora. Y, como es natural, una vez hecho el descubrimiento, silenciarlo absolutamente, porque la ausencia de la multitud contribuye a esa condición veraniega de Madrid; y si se supiera, si todo el mundo estuviera al tanto de que es así, nadie saldría de aquí en agosto, y la ciudad dejaría de ser lo que he descubierto.

       Para convencerme del todo, tengo que ir precisando poco a poco dónde están esos indicios que hacen de Madrid el lugar ideal para pasar el verano. Por ahora he encontrado la alegría de este sol que tanto añoran los nórdicos. También ese rumor, como de oleaje, que hacen los coches al ritmo de los semáforos. No he encontrado muchos indicios más −por ahora−, pero en todo caso ruego al lector que me guarde el secreto. 

Madrid en verano

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