martes, 3 de julio de 2012

UNA PARTITURA BARROCA


     El pueblo está casi todo el año cubierto de nieve, pero el frío lo aplaca una claridad luminosa que viene del cielo intensamente azul y los tejados, casi verticales, en los que reverbera el sol. Las casas tienen largas filas de geranios rojos y los vecinos andan despacio para no resbalar en las aceras heladas. Al pueblo se llega por una carretera estrecha y sombría, que va serpenteando por un escarpado bosque de abetos.

     Hay una cancioncilla que es casi un trabalenguas y que cantan los niños en el colegio,

Ob er aber über Oberammergau
oder aber über Unterammergau
oder aber überhaupt nicht kommt.

     Que si viene, que si no viene, que si viene del pueblo de arriba o viene del pueblo de abajo. Cuando se va a Oberammergau se entiende la canción. Hasta que alguien no aparece en mitad del pueblo, no sé sabe si ha venido ni de dónde ha venido, porque el pueblo es como una isla rodeada de un denso bosque oscuro.

     En Oberammergau todos tienen la misma profesión. Todos son tallistas. De generación en generación se van transmitiendo el oficio. También en esto el pueblo es una isla. En mitad de un mundo industrializado, de producción en serie, los tallistas de Oberammergau se pasan la vida entera inclinados sobre pequeños tacos de madera, armados con azuelas, raspines, gubias, cuchillos, limas y punzones. De sus manos no salen nunca dos figuras iguales, porque cada una tiene la forma y la inspiración del momento. Los tallistas, como los xilógrafos –debe de ser cosa que da el trabajar la madera–, son gente ingenua y paciente. Cuando han terminado de esculpir la figura, la recubren con finísimas láminas de pan de oro. También el oro brilla de manera especial en Oberammergau. El brillo del oro, la oscuridad del bosque, la nieve en los tejados, los geranios rojos, todo forma una pequeña partitura barroca, una música sin pentagrama en un pueblo que está siempre sumido en el más riguroso silencio. Sobre el pan de oro pintan con pinceles casi invisibles los detalles minúsculos de las figuras: el encaje de un vestido, la diadema que adorna una frente, el borde de una túnica, los rasgos de una cara.

     Me he acordado hoy de Oberammergau porque a veces, en este Madrid caliente de los primeros días del verano, la memoria veranea –como tituló González Ruano uno de sus mejores libros–, y porque siempre –también ahora cuando escribo– hay unos ojos que apenas veo y que sí me ven, al fondo de esta habitación donde paso tantas horas, unos ojos que parecen mirar al infinito y, sí, quizá sea al infinito donde estén mirando. Esos ojos los pintaron en Oberammergau. 

Talla policromada de Oberammergau

1 comentario:

  1. Buenas noches don Antonio. El sábado me encontraba en Sepúlveda con unos amigos. Después de comer la tertulia del café se tornó un tanto aburrida y, tras caer en la tentación de la conexión a internet con el teléfono móvil, entre en El velador. Leí Una partitura barroca y me emocionó tanto que no puede evitar comenzar a escribirle, no sé que paso que no conseguí publicar el texto, debió de irse la "cobertura". Lo hago ahora. Hacía tiempo que no leía un canto tan hermoso a la Virgen y al Niño.

    Un cordial saludo,
    Juan Pablo

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