jueves, 5 de julio de 2012

UNA FOTO Y SU SOMBRA


    En esta fotografía interesa tanto la imagen de los personajes retratados como la sombra de quien los retrata. Es posible incluso, conociendo el sentido del humor de retratista y sus travesuras infantiles, que éste hubiera querido convertir su sombra en un personaje más de la escena. La cosa es que en la fotografía, aunque parezca a primera vista que hay dos personajes, en realidad hay tres: el poeta Jules Supervielle, su mujer Pilar Saavedra y la sombra de Felisberto Hernández. Y si nos ponemos un poco metafísicos, tendríamos que admitir que hay varios personajes más, porque Supervielle, al autorretratarse en los versos de Un poète, escribió que

yo no voy siempre solo al fondo de mi mismo
sino que a veces llevo a otros seres conmigo.

    Y esos otros personajes están de algún modo presentes –también– en la fotografía a través de esa sonrisa ensimismada de Supervielle. Pero, ¿quiénes son esos otros seres que el poeta lleva consigo? Eran los amigos, tanto los vivos como los muertos –qué pocos poetas, como Supervielle y Rilke, han sentido tan presentes a muertos–, y también esos otros amigos a los que no conocía, pero de los que se sentía próximo, hasta el punto de dedicarles uno de sus mejores libros de madurez, Amis inconnus. Supervielle podría haber dicho, como Novalis, “vivimos en soledad con todo lo que amamos”, y no sé si es interpretar demasiado una sonrisa, pero todo eso está en la foto: porque el poeta, aunque está junto a su mujer, está dentro sí mismo, ensimismado, solo, mirando al infinito, sintiendo la compañía de esos otros seres.

    Supervielle es un caso peculiar de poeta en dos mundos: el americano y el francés, el realista y el surrealista, el visible y el invisible. Y todo con esa sonrisa de hombre bondadoso y seguro que revela que, a pesar de estar en tantos mundos opuestos, sabe muy bien dónde está. Porque, ¿quién sabe mejor dónde está, el que tiene los dos pies en la tierra, o el que vive –en equilibrio inestable– con un pie en cada mundo, el visible y el invisible?

    Se explica uno muy bien que cuando Rilke y Supervielle se conocieron sintieran una amistad inmediata. Porque, en realidad, no es que se conocieran, es que reconocieron: los dos eran habitantes simultáneos de ambos mundos. Rilke y Supervielle se vieron por primera y última vez en París, a principios de 1925. Unos meses después, Rilke escribió en una carta algunas frases que podía haber firmado Supervielle: “La vida y la muerte son una sola cosa. Admitir la una sin la otra, sería una limitación que, en definitiva, excluiría todo lo infinito. La muerte es el lado de la vida que no da hacia nosotros, el lado que no está iluminado: debemos alcanzar la máxima con­ciencia de nuestro existir, que reside en ambos ámbitos ilimitados y se nutre inagotablemente de ambos... La verdadera vida cruza a través de ambos ámbitos, y la sangre de la circulación suprema se abre paso a través de ambos: no hay ni un acá ni un allá, sino la gran unidad. Y unos meses más tarde, cuando Rilke sintió la inminencia de la muerte, a quien dirigió una de sus últimas cartas fue a ese amigo fugaz y definitivo, Jules Supervielle, para decirle: “Gravemente enfermo, dolorosamente, miserablemente, humildemente enfermo, pienso en usted, poeta, y al hacerlo, pienso en el mundo, que no se da cuenta de que no es más que un pobre fragmento de un gran jarrón…”.

    Cuando Rosa, la nieta de Felisberto Hernández, se fue de España, me dejó algunas cosas de su abuelo, porque no le cabían en la maleta: la gramática de español con la que Felisberto pretendía mejorar el lenguaje de sus cuentos, varios programas de sus conciertos, y algunas fotografías; ésta es una de ellas. Cosas que, desde luego, habrían cabido en cualquier equipaje. Y es que Rosa vive también en ambos mundos. 

Jules Supervielle y su mujer, en el patio de su casa en Montevideo. Fotografía de Felisberto Hernández del año 1943

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