lunes, 2 de julio de 2012

UNA ESTAMPA MINIADA


     Varios amigos acompañamos a José Antonio Muñoz Rojas a recoger el premio de poesía Reina Sofía, que le entregaba la reina en el paraninfo de la universidad de Salamanca. Hace de esto ya varios años. Habló el rector, habló el poeta premiado y habló la reina. Cuando terminó el acto, apagaron las luces, pero era una mañana luminosa, y la gran sala, sin focos ni lámparas encendidas, quedó en una penumbra clara. Fueron saliendo todos, y los últimos en salir fueron la reina y el poeta José Hierro. En ese momento las luces ya estaban apagadas. Apenas se oía el murmullo lejano de las voces. La sala estaba casi en silencio. Hierro llevaba en una mano una maleta gris con la botella de oxígeno, y unos tubos transparentes le recorrían la cara. Entonces retrocedió unos pasos, se agachó, cogió una rosa de un jarrón que habían puesto en el suelo, al pie de la gran mesa presidencial cubierta de terciopelo rojo, se dirigió a la reina, y le dio la rosa sin decir ni una sola palabra. La reina sonrío, pero tampoco dijo nada. Los gestos mudos, las sonrisas, el esfuerzo del poeta al agacharse, la delicadeza de la reina al coger la flor, todo hizo que aquella escena tuviera la nitidez y la gracia de una pequeña estampa miniada de un códice medieval.

     Me he acordado ahora de aquella escena –apenas nada, unos gestos que se habrían disuelto en el olvido–, por la publicación reciente de una bellísima antología de José Hierro ilustrada con sus propios dibujos, sobre todo con innumerables autorretratos, que eran su verdadera especialidad. Dominaba su cabeza de tártaro o de mogol, con el bigote denso y los ojos orientales, que luego llenaba, sobre la aguada de fondo, con rayas y colores inverosímiles. Hierro de frente o de perfil, Hierro con la cabeza derecha o ladeada, un solo Hierro o innumerables Hierros al fondo, enmarcados, y uno grande en primer plano. El libro lleva un prólogo de Francisca Aguirre, tan buena escritora, siempre en una discreta retaguardia, que traza una semblanza del poeta que sólo ocupa medio renglón: “No he conocido a nadie tan consciente de lo que era vivir”.

     De una antología puede decirse siempre que faltan cosas, porque cada uno de los lectores haría una selección distinta. Esta es casi perfecta. El casi es por alguna ausencia de algunos sus poemas musicales, los Acordes a Tomás Luis de Victoria, o el Homenaje a Palestrina, que tan severamente reproducen el rigor de la polifonía renacentista.

     Guardo del poeta José Hierro algunos recuerdos a los que vuelvo de cuando en cuanto, y este dibujo que me regaló:

Dibujo de José Hierro, de mayo de 1998

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