lunes, 16 de julio de 2012

FANTASMAS


       Esta postal está llena de fantasmas, de personajes evanescentes, unos porque han muerto, y otros porque pasan antes nuestros ojos –tan ajenos a estas minucias personales que discurren en los primeros años del siglo pasado– de manera fugaz, y desaparecen también. El que escribe la postal, vecino quizá de Barcelona, como el destinatario –si fuera de Madrid, probablemente no mandaría una postal, sino una carta–, le da noticia de algunos amigos comunes que ha encontrado en la corte: Juan, que no trabajaba, encontró al fin trabajo, pero era un trabajo que le cansaba, así que ha vuelto a dejar de trabajar y se encuentra mucho mejor (uno se adhiere cordialmente al sufrimiento y al alivio de Juan), y Casas, que iba de paso hacia Zaragoza, pero “hecho una calamidad”, estaba sin camisa, con el pantalón roto, y un zapato en un pie y una alpargata en el otro (uno siente pena por Casas, que había sido cocinero durante muchos años, en los que llevó una vida ordenada, y luego el destino le arrojó a la más abyecta miseria).

       La única luz que alumbra en mitad de esas vidas fantasmales es la de Madrid, la del cielo sin nubes y la de la pradera. Quien hizo esta fotografía tenía presente el cuadro que Goya pintó en 1788 para la Real Fábrica de Tapices, La pradera de San Isidro. La escena es casi la misma. Sólo falta en la fotografía la multitud de personajes que pueblan el cuadro de Goya y que celebran la fiesta del santo. A pesar de que había transcurrido más de un siglo, la silueta de Madrid seguía siendo la misma. La cúpula de San Francisco el Grande seguían presidiendo el caserío, los torreones con chapiteles de pizarra seguían siendo un rasgo distintivo de la capital. Se habían levantado algunas casas nuevas en la calle de Segovia y en el paseo de la Virgen del Puerto, pero el resto estaba como entonces. Hay, es verdad, otra diferencia: el bosque tan denso que aparece al fondo de la pradera, junto al río. ¿Existió alguna vez? Esta es una fotografía coloreada –la fotografía en color no se había inventado aún en 1904, que es el año en que se escribe la postal–, y es probable que el paisaje que ocupa la parte inferior de la imagen sea sólo un dibujo, aunque sea un dibujo muy preciso y bello. Pero esos árboles son, también, fantasmas.

Dentro de unos años la realidad se aproximará a la ficción. Los treinta y cuatro mil árboles que han plantado a lo largo del río empiezan a tener ya, en este primer verano, sus pequeñas copas cuajadas de follaje. Los chopos, con su aire adolescente, blancos y cimbreantes, que, como en el poema de Guillén, lucen su esbelta silueta,

Perfilan
         Sus líneas
         De mozos
         Los chopos,
         Vívidas
        Pupilas,
        Aplomo
        Sin bozo...

y se alzan sobre los pinos, las acacias, los castaños, los nogales y los arces. El nuevo parque tiene todavía, en algunos rincones, un cierto aire de parvulario, con los débiles troncos disciplinadamente equidistantes y sujetos por rodrigones. En otros lugares hay ya bosquecillos en penumbra.

Es posible que, alguien, dentro de un siglo, envíe otra postal, y dé noticia en ella de amigos que nacerán después de varias generaciones (¿no son, también, fantasmas?). En el primer plano de la postal se alzarán, retorcidos y compactos, los troncos de pinos seculares. 

Colección Romo y Füssel, Vistas, nº 911

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