jueves, 10 de mayo de 2012

ARTE Y DERECHO


Uno tiene una aversión antigua e inquebrantable a todos los intentos de relacionar el derecho con el arte o la literatura. Uno ha recibido en tres ocasiones –y de tres editoriales distintas– el ofrecimiento de dirigir una colección que se llamara algo así como Arte y derecho o Literatura y derecho, y las tres veces lo ha rechazado, por una aversión que es a la vez instintiva y racional. Uno ha pensado muchas veces, ¿de qué sirve reproducir alguno de esos lienzos que representan a Don Quijote en el lecho de muerte, dictando su testamento, y exponer al lado el régimen del testamento en las Leyes de Partidas?, ¿para qué vale analizar una novela policiaca con el código penal en la mano?, ¿qué utilidad tiene desmenuzar una ley o un reglamento con los útiles de la crítica literaria o del análisis de textos?

      Pero estos días –y dejo ahora a ese escéptico uno a un lado– me ha enviado mi amiga Elina Moustaïra, que es profesora de derecho en la universidad de Atenas y bailarina, su ensayo Danza y derecho. Son unas cuantas páginas luminosas que, como pasa con los buenos ensayos, alumbran de paso algunas ideas propias en la mente del lector. Leídas esas páginas, se percibe una brecha en el muro infranqueable que separa el derecho y el arte: el derecho tiene un asombroso parecido con la danza.

       Igual que el derecho, la danza responde, en cada país, a una tradición ancestral, a unos principios lógicos y a un código propio. La danza, como el derecho, es un sistema de normas. En el mismo momento histórico en que el racionalismo irrumpe en el derecho –a mediados del siglo XVII–, irrumpe también en la danza: empiezan a ordenarse las normas de uno y de otra.

     Si se cumplen las reglas, el grupo que danza se convierte en una pluralidad armónica –en una maravillosa unidad, escribe Elina Moustaïra–, como el grupo que cumple las normas jurídicas se convierte en una sociedad igualmente armoniosa. El coreógrafo y el legislador hacen más o menos lo mismo: ordenan la vida de los hombres.

      Derecho y danza son dos manifestaciones de la cultura, y los rasgos de cada cultura –sus valores, sus ideales, sus sentimientos– se expresan con sorprendente paralelismo en esas dos manifestaciones de la cultura: en el derecho y en la danza. Ese paralelismo se puede comprobar no sólo en las distintas latitudes del planeta, sino también en las distintas épocas de la historia. Y también en nuestros días: alguien debería cotejar las coreografías modernas con las leyes que dictan los parlamentarios.

     El paralelismo entre derecho y danza es inagotable. Por citar sólo un fenómeno al que asistimos cada día: la vigencia en un país de normas extranjeras –impuestas generalmente por las organizaciones internacionales–. Ese fenómeno se ha estudiado en la danza: el mal que produce se llama arritmismo. Los danzantes son incapaces de adaptar el movimiento de sus cuerpos a unas reglas que les resultan exóticas. El mismo arritmismo se reproduce en la vida jurídica.

      El derecho y la danza nacieron al tiempo en aquellas oscuras cavernas decoradas con bisontes. Desde entonces no han dejado de regir los movimientos de la humanidad. Elina Moustaïra, que maneja con igual maestría danzas y leyes, ha seguido con perspicacia el rastro de esos movimientos.

Elina Moustaïra, en el centro de la imagen, con vestido rosa, y sus alumnos de derecho internacional privado en la universidad de Atenas

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