sábado, 7 de abril de 2012

UNA LÍNEA IMAGINARIA


Julio de Caro es el patrón oro del tango, el metro de platino iridiado con que debe medirse el género. Antes de él, el tango estaba en manos de músicos autodidactas que con la mejor voluntad lo tocaban en locales más o menos sórdidos de los barrios extremos. Julio de Caro, formado en el conservatorio, intérprete precoz del repertorio clásico, elevó la dignidad del tango y fijó su verdadera altura: como si trazara una línea en el aire y dijera “hasta aquí debe crecer”. Y luego alimentó al tango para que alcanzara la talla de adulto bien formado.

          Primero fijó los instrumentos que debían interpretarlo. Descubrió que el número áureo era el seis: dos violines, dos bandoneones, un contrabajo y un piano. A su violín –que era el encargado de mantener la melodía– le colocó una bocina, un apéndice de metal con forma de trompeta del que salía una voz casi humana, una voz grave de hombre ronco que estaba al borde mismo de la afonía. Aquel apéndice, por su peso y porque hacía difícil de encajar el violín entre el hombro y la mejilla, resultaba incómodo pero indispensable. Los músicos salían vestidos es esmoquin al escenario, y salvo el pianista y el contrabajista, que quedaban detrás, se colocaban alineados y equidistantes frente al público.

            Cuando Julio de Caro trazó esa línea imaginaria en el aire, se preocupó de no sobrepasarla. Esa fue en realidad su gran lección. Porque no se trataba sólo de dignificar el tango, sino también de no desnaturalizarlo por exceso. El tango era en su esencia una música arrabalera, una música de arranques bravíos y de quiebros violentos. Había que interpretarla bien, pero sin solemnidad. Por eso no admitió en su orquesta a músicos sin formación musical bien aprendida, pero les dejó que canturrearan por lo bajo, que dieran golpes en la tapa del instrumento, que se apartaran del rigor armónico de las partituras.

            Julio de Caro dejó grabadas en disco varias docenas de tangos. Antes de hacer innovaciones en el género, habría que medir las ocurrencias con esos modelos, como los sastres deben usar la cinta métrica antes de cortar las piezas. No es que el tango no pueda evolucionar, es que no debe dejar de ser tango. Por no respetar esa línea que Julio de Caro trazó en el aire se han cometido aberraciones: tangos interpretados por orquestas sinfónicas, tangos cantados por cantantes de ópera, tangos injertados de músicas de otras latitudes.

            Cuando Julio de Caro compuso Olympia, el tango cuya partitura se reproduce abajo, era el año 1927. La fotografía no se corresponde con la edad que entonces tenía el compositor. Es una fotografía de diez años atrás, cuando Julio de Caro, casi al tiempo que Gardel, empezaba a revolucionar el tango. Es curioso que tanto uno como otro empezaran al tiempo. Son, cada uno en lo suyo, los grandes maestros. 


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