jueves, 19 de abril de 2012

UN EDITOR SENTIMENTAL


Se ha publicado una biografía del editor Gregorio Pueyo (1860-1913), y la ha publicado el CSIC, lo que es una firme garantía de que al modesto relieve del personaje se va unir la nula difusión de la obra. Y ambas circunstancias harán que el biografiado no salga del anonimato en que se ha mantenido a lo largo de cien años. Pueyo, como otros editores de entresiglos, se hizo también librero, porque los editores de la época tenían que apuntalar su mísero negocio con otro, que por lo general resultaba igualmente mísero. La librería de Pueyo estaba en la calle Mesonero Romanos 10, y era una librería de viejo y de nuevo; los libros nuevos que vendía eran sólo los que editaba él, para no hacerse competencia a sí mismo.

La vida de Pueyo se puede resumir en pocas líneas: vino del Pirineo aragonés a Madrid, con esa rara vocación que tienen los editores españoles de publicar libros en un país en que se lee poco, y murió tan pobre como había llegado. En sus últimos años, cuando iba a cumplir los cincuenta, le vino una tuberculosis, pero la enfermedad no menguó su entusiasmo, que le llevó a abrir un segundo establecimiento cerca del anterior: en la calle del Carmen. Pero si la primera librería le daba para malvivir, la segunda le llevó a la ruina.

Al poco de su muerte, el urbanismo madrileño se conjuró con el desdichado destino de Pueyo y de su familia. Entre los muchos derribos que exigió la apertura de la Gran Vía estuvo el de su negocio, que ya regentaban la viuda y los hijos. El traslado y una breve agonía del nuevo establecimiento pusieron fin con toda rapidez a este episodio póstumo.

Pero la obra, más que la vida de Pueyo, merece ser recordada por un  rasgo que le singulariza entre sus colegas: fue el editor del modernismo. Villaespesa, Salvador Rueda, Valle-Inclán, Díez-Canedo y Manuel y Antonio Machado, y también los americanos Amado Nervo, Santos Chocano y Gómez-Carrillo aparecen en los catálogos de Pueyo, y lo más meritorio es que aparecen con sus obras primerizas, cuando aún no eran poetas famosos, en una época en que lo habitual era que los primeros libros de poemas los imprimiera el autor a su costa, por no encontrar editor que se embarcara en empresa tan filantrópica. La primera antología de la poesía modernista, La Corte de los poetas. Florilegio de rimas modernas, preparada por Carrere, la publicó también Pueyo, en 1906. Para tortura del editor, a la falta de beneficios económicos se unía la dificultad del trato con sus autores, porque parece que la grey de los modernistas era bastante pendenciera y con muchos odios cruzados, oblicuos y trasversales.

La ingenua treta del editor para compensar las pérdidas que le ocasionaban los poetas modernistas fue la de editar novelas eróticas, y a veces pornográficas. De manera que en el catálogo de Pueyo se entremezclan, en la sucesión alfabética, sutiles poetas de cisnes y nenúfares con sicalípticos narradores de historias escabrosas. Y junto a las portadas de mujeres exuberantes se alinearon, en el escaparate de Mesonero Romanos 10, las sobrias portadas de cuidada tipografía. 


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