martes, 17 de abril de 2012

LA NINFA PELIRROJA


      A las ninfas se las representa siempre con el pelo cuidadosamente peinado, con rizos delicadamente compuestos, o con crenchas onduladas, y a veces con moño, y casi siempre con flores que lo adornan. Las únicas despeinadas son las ninfas vengadoras –Keres, Moiras, Erinias–: para expresar su maldad se las representa con serpientes enroscadas entre el pelo.

           Las ninfas son rubias. Garcilaso pide a las ninfas en el Soneto XI que escuchen sus penas amorosas,

dejad un rato la labor, alzando
vuestras rubias cabezas a mirarme.

           En el soneto de Góngora se dice que a la ninfa

ondeábale el viento que corría
el oro fino con error galano
.

           Y Juan Ramón Jiménez habla de

la cascada de bucles
que en su frente derraman los dorados cabellos.

        Pero esta ninfa madrileña, moldeada en cerámica, es pelirroja. El alfarero se ha apartado de una tradición secular. El alfarero, un modesto orfebre, no ha leído a Garcilaso, ni a Góngora, ni a Juan Ramón Jiménez, ni a los clásicos griegos y latinos –Homero y Virgilio– que con más precisión y detalle han descrito a las ninfas. Pero el alfarero ha cometido otra osadía. Las ninfas son espíritus protectores de la naturaleza: cada árbol, cada pradera, cada rebaño, cada cosecha, cada lago, cada bosque, cada flor, tiene una ninfa que vela por ellos. Pero no hay en toda la historia de la mitología una ninfa protectora de la correspondencia, y el alfarero le ha encomendado ese cometido. Que existan ninfas de los buzones habría dejado perplejos a los poetas de todos los tiempos. Pero la invención del alfarero no es ningún desvarío. Por carta llegan las comunicaciones más comprometedoras, las más amenazantes y más severas, a la vida del hombre. Esta ninfa de rostro cándido, de mirada inocente, parece enviar un último aviso al cartero, en el momento mismo en que la carta va a entrar en el recinto del destinatario: No alteres la paz de esta casa. 

Buzón de una casa de la calle de Almarza

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