sábado, 31 de marzo de 2012

ILUSTRACIONES


La editorial Insel había anunciado (el otro día lo recordaba, al hablar del aniversario de la creación de la Biblioteca Insel) que cuando llegara la fecha en que la colección cumpliera un siglo, saldría a la venta una nueva edición, ahora con ilustraciones, del que fue el primer volumen: La canción de amor y muerte del Alférez Christoph Rilke.

Ha llegado la fecha, y el libro está ya en las librerías. Pero las ilustraciones han sido una gran sorpresa.

En el Alférez confluyen varias historias. La primera es la de su creación. Una noche de otoño de 1899, recién llegados Rilke y Lou Andreas-Salomé de su primer viaje a Rusia, están juntos –juntos, pero no solos, porque allí está también el marido de Lou– el poeta y su amada. La casa, en las afueras de Berlín, Villa Waldfrieden, es amplia y ajardinada, y en un extremo de ella duerme el poeta, y en otro el matrimonio Andreas. Pero no, el poeta no duerme. Toda la noche escribe, con las cuartillas flanqueadas por dos velas cuyas llamas hace oscilar el viento. En esa noche de exaltación amorosa, el poeta escribe un poema en prosa igualmente exaltado. Un ritmo vibrante sostiene los largos versículos. Lo escribe como regalo a Lou. Tiene que terminarlo a lo largo de la noche para poder entregárselo al amanecer.

La segunda historia es la del poema. El alférez Christoph Rilke, casi adolescente, cruza la gran llanura de Hungría para enfrentarse con el ejército turco. El alférez cabalga junto al general, llevando la bandera. El ejército lo forman soldados de distintas naciones. Al caer la noche descansan en un castillo. El alférez encuentra allí a una mujer, con la que pasa la noche en una de las torres. Por la mañana está el castillo en llamas. El alférez, sin coraza ni armas, llevando la bandera, se adentra en las filas de los sitiadores, entregándose a una muerte segura.

La tercera historia es la propia vida del autor, paralela a la de ese antepasado imaginario del siglo XVII. La vivencias del alférez Christoph Rilke son las mismas del poeta: la completa desorientación en la inmensa llanura sin casas, sin árboles, sin montañas; el amor reducido a un episodio fugaz; el alejamiento definitivo de la mujer a la que ha amado; la nostalgia del hogar; la inminencia de la muerte.

La cuarta historia es la del libro. Después de dos ediciones anteriores que habían pasado sin pena ni gloria, el libro acaba encontrando a sus lectores cuando aparece en la Biblioteca Insel. Desde ese momento la popularidad es imparable. Pero los episodios más llamativos de la vida del libro son los de las guerras mundiales. El ejército alemán mandó hacer ediciones especiales durante ambas contiendas, y no hubo soldado que no llevara el Alférez en su macuto. El poeta se quejó muchas veces de esa utilización belicista de su poema. El testimonio más expresivo está en una dedicatoria que Rilke escribió en un ejemplar del Alférez en el verano de 1919:

No pensaba en la guerra mientras escribía
en una sola noche, lo que aquí se dice. Ni siquiera pensaba
en el destino. Sólo pensaba en juventud, tumulto,
asalto, impulso puro;
también en la derrota que arde y se niega a sí misma.

Y este poema manuscrito, esta dedicatoria, nos lleva de nuevo a las ilustraciones de la edición conmemorativa. Son ilustraciones que expresan la atrocidad de las guerras. El que las imágenes estén dibujadas “a la manera negra” –raspando con espátula sobre la capa negra que recubre una base blanca– contribuye a acentuar el dramatismo de las escenas y las figuras. El expresionismo exacerbado de las ilustraciones contrasta con la luminosidad del relato, que está compuesto por episodios narrados con técnica impresionista, con ligeras pinceladas de colores suaves.

Es posible que los alemanes de nuestros días –pintores y no pintores– sean incapaces de representarse los episodios bélicos, aunque estén narrados con la levedad del Alférez, sin revivir la inmensa tragedia que supuso la última guerra. En este caso, además, el pintor y grabador Karl-Georg Hirsch tiene en la memoria su salida de Breslau, a los siete años, de la mano de su madre, bajo el bombardeo de la ciudad. Pero lo cierto es que las ilustraciones nada tienen que ver con el relato. Por eso sorprenden. Parece como si el pintor no hubiera tenido en cuenta todas las historias que hay detrás del libro, y sobre todo que el Alférez es el regalo de una noche de pasión amorosa, y que el autor no ha pensando en la guerra al escribirla, sino en el impulso de la juventud.

Qué pensaba Rilke de las ilustraciones lo dejó escrito en una carta de finales de 1924: “Siempre me he negado a cualquier tipo de ilustración, y he rechazado todas las propuestas. Siempre me ha parecido que la vinculación de las imágenes poéticas a determinadas representaciones produce un daño. La imagen poética debe quedarse en la palabra. Vive de su misterio y a través de él se renueva. Cada lector debe trazar los rasgos que precisen la imagen”. 


2 comentarios:

  1. Que reflexión tan interesante. Lástima no saber si ha habido un concurso de ideas para una edición tan especial. En Alemania se es muy estricto. En interpretación de textos, en el Colegio Alemán, te ganabas un suspenso inmisericorde por "Themaverfehlung" (errónea identificación del tema). Era un pecado capital. Saludos, Carla.

    ResponderEliminar
  2. Sí, ha sido un poco raro, tanto anunciarlo para sacar luego esto. De todos modos, la clave está en el pintor: ese es su estilo. Ha hecho lo que hace siempre. No se podía esperar que para esta obra dejara su expresionismo habitual. Y además parece que les ha olvidado que Rilke se pasó la vida luchando contra los pintores -el primero su gran amigo Vogeler- para que no le ilustraran.

    ResponderEliminar