jueves, 15 de marzo de 2012

EL FLAUTISTA


Llama la atención en este aguafuerte de Berriobeña, que tengo cerca desde hace años, el contraste entre la soledad del flautista y el esmero con el que toca. Porque miren las manos: revelan un enorme esfuerzo por conseguir una melodía limpia, clara, expresiva. Arquea los dedos con enorme delicadeza. Inclina todo el cuerpo hacia la flauta, que es apenas visible. Y está sólo. Con ese tronco seco y ese fondo homogéneo, el grabador ha conseguido transmitir la sensación de absoluta soledad. Parece incluso que el flautista está en un planeta deshabitado.

Al flautista no le preocupa el auditorio, y no se preocupa tampoco de sí mismo. Nadie diría que es un mendigo, quizá es un ser extravagante, a quien la indumentaria convencional le tiene sin cuidado, y él viste como quiere, como se siente cómodo para tocar la flauta, que es lo que realmente quiere hacer, a lo que se entrega, olvidado de todo lo demás.

No tiene partitura, está creando su propia música, está recreándose en el mundo sonoro que va inventando soplo tras soplo, nota tras nota. Va tejiendo la melodía con la misma obstinación del orfebre, como el alfarero que gira el torno incansablemente mientras pone con suavidad sus manos sobre la arcilla húmeda que va tomando poco a poco la forma de vasija.

Este solitario flautista encaramado a un tronco seco me ha parecido siempre un símbolo del creador, del que en el silencio de su rincón va haciendo pausadamente su obra –cuadro, libro, partitura-, y día tras día va eligiendo con exquisito cuidado cada uno de los trazos, cada una de las palabras, cada una de las notas. Hace lo que tiene que hacer, está cumpliendo un deber interior que no sabe quién le ha impuesto, pero no podría desoír ese mandato sin traicionarse, y sólo quiere tener la paz de sentirse fiel a sí mismo. 


1 comentario:

  1. Buenos días, Don Antonio, y gracias por esta imágen. Con esa iluminación de su figura, a mí me parece que el flautista no está solo, sino en comunión con Diós.
    Carla

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