sábado, 17 de marzo de 2012

CON HÉLÈNE


Hélène ha seguido a su marido por los más altos puestos diplomáticos de Europa, ha vivido la vida brillante y mundana de los salones, y ahora pinta pequeños lienzos llenos de color desde el silencio de una terraza de Aix-en-Provence, la ciudad francesa, romana y renacentista. Hélène madruga, sube a la terraza que se abre sobre un damero de tejados rojos, y mientras extiende los pinceles y los tubos de color, el sol empieza a iluminar la ciudad antigua y señorial que despierta. Entonces Hélène piensa en los acantilados del Mar del Norte, en las calles abigarradas de Alejandría, en las avenidas solitarias de Belgrado, y pinta. Pinta de memoria. Por unas horas no está en una terraza de Aix, sino en un escenario tan vivo y presente como esos tejados que se extienden ante sus ojos, pero que es de otro tiempo, casi de otra vida.

Hélène conserva la juventud perpetua de quien ha nacido en París, ha estudiado ciencias políticas y ha vivido con entusiasmo el mayo del 68. Tiene los ojos azules ¿o son grises?, sonríe siempre, y tiene esa politesse du coeur que se traduce en un trato delicado y solícito. Ahora, en Aix, organiza conferencias y exposiciones, lee incansablemente, y también se sienta en la terraza a no hacer nada: a sentir los latidos de la ciudad antigua y a dejar que la memoria la lleve a otros lugares. Viene todos los años a Madrid, y pasa una semana algo desorientada. Hace treinta años vivió en una buhardilla de Plaza Mayor y nota que la capital cambia muy deprisa. Cada año damos un paseo por el Retiro, y Hélène se queda ensimismada con cosas que a los demás nos pasan inadvertidas: las copas, muy juntas, de dos pinos solitarios, los brotes que empujan en las ramas de los arces, un joven que hace grandes pompas de jabón. Y de pronto se entusiasma con las pompas de jabón, con las barcas del estanque, con el azul tan limpio casi añil, dice del cielo.

Su marido, el escritor y diplomático Julián Ayesta, está tan presente como si aún estuviera aquí, sentado en la misma mesa mientras comemos, paseando con nosotros por el Retiro, opinando en todo lo que hablamos. Hasta hace poco, los ojos se le humedecían al hablar de él. Ahora lo hace con jovialidad, como si le hubiese recuperado.

En un pequeño cartón cuadrado ha pintado un paisaje. Al fondo gravita un cielo primaveral, un cielo voluble y violento, que puede convertirse en tormenta o abrirse con grandes nubes blancas. Sobre el campo ondulado y verde han brotado, apiñadas, unas flores. Hélène sabrá su nombre, como sabe el de todas las flores y todos los árboles, no por alarde de erudición botánica, sino porque el cariño tiene sus reglas, y se quiere más lo que se conoce, lo que se distingue, lo que se identifica. Lo he traído para ti, me ha dicho.


2 comentarios:

  1. Gran paseo por el hermoso parque de El Retiro.

    Saludos cordiales,
    Juan Pablo L. Torrillas

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  2. Saludos también a ti, Juan Pablo, y felicidades por tu blog.

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